17º Domingo Ordinario - B

viernes, 21 de julio de 2006
2Reyes: Comerán y sobrará.
Efesios: Un solo cuerpo, un Señor, una fe, un bautismo.
Juan: Repartió a los que estaban sentados todo lo que quisieron.


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1 comentarios:

Anónimo at: 21 julio, 2006 05:36 dijo...

DE LO POCO Y DE LO MUCHO (Jn 6,1-15)


Juan reaparece este domingo para contarnos el milagro del pan y de los peces. Y lo hace con el estilo que le es propio: lleno de evocaciones y resonancias del Antiguo Testamento. Primero nos muestra la incapacidad de los discípulos para satisfacer la necesidad de la gente -cinco panes y dos peces es mucho para uno, pero poco para muchos-. Luego nos dice que eran cinco mil hombres -cincuenta era el número de las hermandades de profetas: el grupo de los discípulos será un pueblo de profetas-. Y añade que había hierba en el lugar -el Buen Pastor va a alimentar a su rebaño-. El mensaje es evidente: Jesús toma en sus manos la generosidad humana y multiplica por mil su eficacia de modo que los dones del Reino sacien tanto al antiguo como al nuevo pueblo de Dios. La generosidad de los hombres sólo es un signo de la infinita generosidad del Creador.

A la luz de este relato es inevitable pensar en nuestro mundo donde la abundancia de unos contrasta escandalosamente con la escasez de otros, pues, hay pocos que tienen mucho y muchos que tienen poco. En el relato, el joven del milagro renunció a lo suyo y así pudo comer él y todos los demás. Si hubiera pensado que más vale un estómago lleno que cinco mil vacíos, no hubiera habido milagro. El evangelista advierte que Jesús -sólo él- sabía lo que iba a pasar. El joven no midió las consecuencias de su gesto: fue generoso, sin más. Tal vez pensó que no era justo tener de sobra mientras los demás estaban desfallecidos. Tal vez sólo pretendió ser solidario en la necesidad. Jesús da la vuelta a la situación y hace ver que lo que parece pérdida no es sino el principio de una gran abundancia, como la muerte del grano no es acabamiento, sino comienzo de la espiga.

Es penoso que, después de tanto tiempo -casi dos mil años- aún no hayamos entendido la lección y mientras una parte del mundo se muere de hambre, otra hace regímenes de adelgazamiento. En la etapa del desierto Israel aprendió que sólo es necesario lo suficiente y que es inútil -y signo de ambición- acumular. El maná que se guardaba, se pudría. ¿Qué pasaría si un día el mundo fuera un desierto y la humanidad un solo pueblo en el que fuera inútil guardar nada para luego? ¿Para qué serviría la ambición o la competencia? En los primeros siglos los Santos Padres así lo entendieron. Creo que fue el Crisóstomo quien dijo a los cristianos -a los de entonces y a los de ahora- que la ropa que se apolilla en el armario es del que tiene frío y la comida que se pudre en la alacena es del que tiene hambre. Bien sabían entonces que sólo la renuncia hace posible la posesión; que las necesidades de los hombres son más importantes que la posesión de las cosas; y que ser es más hermoso y gozoso que poseer.