1º Domingo de Cuaresma - A

sábado, 2 de febrero de 2008
10 Febrero 2008

Génesis: El Señor Dios modeló al hombre de arcilla del suelo.
Romanos: Los que reciben a raudales el don gratuito de la amnistía vivirán y reinarán gracias a uno solo, Jesucristo.
Mateo: Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo.


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Juan García Muñoz.

1 comentarios:

Anónimo at: 02 febrero, 2008 21:57 dijo...

PARA SER TENTADO

Tras el bautismo y ya presentado como mesías, Jesús tiene que afrontar la tentación. El evangelista no dice que sufrió la tentación sin más, sino que fue llevado al desierto -lugar tradicional de la prueba y el cambio interior- para ser tentado por el diablo. Es, por tanto, una prueba por la que tiene que pasar necesariamente. La pregunta es: ¿por qué? ¿qué necesidad había de ello? Evidentemente la experiencia de Jesús no tiene como objetivo comprobar su nivel moral. Más bien parece un recurso para mostrar al lector la solidez de su espíritu y la clara conciencia que tenía de su misión. Jesús sufrió la tentación para indicar, con su fidelidad, el camino de la vida en contraposición con Israel que, sometido a la misma prueba, sucumbió.

Pero de poco nos vale semejante ejemplo si antes no nos aclaramos sobre el significado de la tentación en sí misma. Para ello es necesario, ante todo, tener en cuenta que la tentación no es un medio utilizado por Dios para conocer lo que hay en el interior del corazón humano -“Tu escrutas los corazones” (Sal 7,10)-, sino que, al contrario, es un servicio divino por el que Dios nos enfrenta a nuestra propia verdad. No somos tentados para que Dios nos conozca, sino para que podamos conocernos a nosotros mismos. No vamos al médico para que sepa lo que tenemos, sino para que -con diversas pruebas- nos ayude a ver cómo estamos.

La tentación -como la crisis- es condición indispensable del crecimiento, porque ayuda al conocimiento de sí mismo, pone de relieve las debilidades, permite formular metas, baja los humos de la vanidad y humaniza a quien la sufre. Cuando en el Padrenuestro pedimos, no decimos “líbranos de la tentación” como cabría esperar, sino “no nos dejes sucumbir en la tentación”. La tentación -como el dolor- es una buena herramienta porque con ella se avanza rápido en el camino interior.

Vistas así las cosas, las tentaciones de Jesús nos parecen tres advertencias a sus seguidores: no se deben convertir las piedras -la dureza- de la vida en panes gratos al paladar, sino que es mucho más importante conocer la palabra -la voluntad- de Dios; no es bueno tentar a Dios asumiendo -imprudentemente- riesgos innecesarios, que Dios no está para corregir nuestras insensateces y, actuar de esa manera, no es confiar más en él, sino tomarlo de lazarillo; y -sobre todo- no hay que sucumbir ante los poderes de este mundo. Sólo Dios es dios. Lo que pasa de ahí es idolatría.
Añade Mateo que, superada la tentación, el diablo se retiró y entraron en escena los ángeles. Quien ha resistido la noche sin sucumbir, gozará de las alegrías del día. Jamás seremos tentados por encima de nuestras fuerzas: Dios quiere que vivamos.