16º Domingo Ordinario - A

sábado, 12 de julio de 2008
20 Julio 2008

Sabiduría: En el pecado das lugar al arrepentimiento.
Romanos: El Espíritu intercede por nosotros con gemidos inefables.
Mateo: Parábolas: cizaña, mostaza y levadura.


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Juan García Muñoz.

1 comentarios:

Anónimo at: 12 julio, 2008 17:37 dijo...

EL BIEN Y EL MAL (Mt 13,24-43)

La segunda parábola del reino habla de la cizaña. La situación que retrata es la de un hombre que ha estado trabajando todo el día en las tareas de la siembra. Un vecino envidioso maquina el modo de hacer inútil tanto esfuerzo. Durante la noche -al mal le gusta ocultarse en la oscuridad-, siembra la tierra de cizaña. Que sólo se dé cuenta del problema cuando la cosa tiene mal arreglo tal vez se deba a que hay un tipo de cizaña -el joyo- que, al principio, tiene un gran parecido con el trigo. Los criados quieren arrancarla, pero el propietario teme que dañen la buena semilla. Crecerán juntos y al final serán separados.

Jesús expone la parábola para hacer frente al interrogante que plantea la persistencia del mal. Nos gustaría que el mundo fuera un paraíso y hasta culpamos a Dios de que no sea así. Un filósofo de la antigüedad llegó a decir: o Dios es bueno, pero no puede erradicar el mal; o puede erradicarlo y no quiere. Es decir, o no es poderoso o no es bueno. La parábola responde diciendo que es paciente. En el día de juicio quedará patente quien ha sido trigo y quien cizaña. Hasta entonces hay que esperar. Lo fácil es arrancar de cuajo la maldad. Lo humano -y lo divino- es dar una oportunidad para que la cizaña se transmute en trigo.

Para los discípulos de Jesús la situación del mundo es difícilmente soportable y somete a prueba permanentemente su confianza y su paciencia. Se requiere una gran fe, mucha bondad y una sabiduría madura para ver las cosas al modo de Dios. Él se ha reservado el juicio para sí. Un hombre no puede saber lo que hay en el corazón de otro hombre. Si nosotros tuviéramos en nuestras manos el juicio ¿quién garantizaría la justicia? Jesús dirá: “No juzguéis y no seréis juzgados”. El texto supone un principio que, siendo difícil de aceptar, es presupuesto de justicia y sensatez: el ser humano es incapaz de conocer dónde está verdaderamente la bondad y dónde la maldad. Convertirse en jueces es arriesgarse a ser injustos.

Hay otro mensaje detrás de esta parábola y tiene que ver con la paciencia. Al final, a la hora de la siega, el trigo será almacenado y la cizaña se guardará para que sirva de combustible durante el invierno. La última palabra no la tiene el mal, sino el bien. Sólo éste perdurará. Y la razón es simple: sólo el bien procede de Dios y, por tanto, sólo él es eterno. Es esta convicción la que mantiene fieles a los discípulos a pesar de la contrariedad. Sería más agradable y más reconfortante ver la caída de los malvados, pero un mundo sin sombras ¿sería un mundo habitable? ¿Sería posible la libertad si no existiera el riesgo de la maldad? Es esto lo que nos diferencia de los animales. Porque el animal obra según su instinto, pero el hombre, por ser inteligente y, por tanto, libre, puede mejorar o empeorar. Huxley lo dijo: un mundo pretendidamente feliz sería un mundo sin libertad.