24º Domingo Ordinario - A

lunes, 5 de septiembre de 2011
11 Septiembre 2011

Eclesiástico: Perdona la ofensa a tu prójimo, y se te perdonaran los pecados cuando lo pidas.
Romanos: Si vivimos, vivimos para el Señor; si morimos, morimos para el Señor.
Mateo: La parábola del hombre agraciado pero sin entrañas.

Descargar 24º Domingo Ordinario - A.

Juan García Muñoz.

2 comentarios:

Paco Echevarría at: 05 septiembre, 2011 02:41 dijo...

SI TU HERMANO TE OFENDE
(Mt 18,21-35)

Tras hablar de la corrección del pecador, Jesús aborda un tema delicado en la vida de la comunidad cristiana: el de las ofensas mutuas. No pregunta Pedro sobre el deber de perdonar, sino sobre la medida del perdón -¿cuántas veces?-. Las palabras de Jesús y su postura ante los pecadores eran una invitación al perdón sin medida. La pregunta de Pedro refleja desconcierto y una cierta resistencia ante una exigencia semejante.
Detrás de la respuesta de Jesús está -con toda probabilidad- Gn 4,24, donde Lamec -el quinto descendiente de Caín- dice que, si su antepasado fue vengado siete veces, él lo será setenta veces siete. Este texto ilustra la difusión de la violencia. Tras el pecado de Caín, se desatan en el mundo las fuerzas del mal y los hombres corren el riesgo de destruirse mutuamente. Dios pone límite a ese desatino y amenaza con un gran castigo al que mate a Caín. Lamec reclama para sí mayores poderes y anuncia un castigo feroz y desmedido contra sus adversarios. Es el comienzo del gran desorden de la creación.
Perdonar siete veces era una manera de decir que el perdón es una exigencia de la caridad y no de la justicia. Pero Pedro pretende que se fijen los límites. La respuesta de Jesús alude a una ilimitada disposición para perdonar. La condición humana no posee el equilibrio necesario para evitar la rueda de la violencia; por eso no se puede tasar el perdón como no se puede tasar la venganza. No es cuestión de cantidades. Lo que falla es el sistema. Si se legitima la venganza, la violencia ejercida se convierte en razón de una nueva venganza y así una y otra vez. De esta manera crece la violencia y el odio. El mal se reproduce de mil maneras y un pecado siempre da lugar a otro. La postura de Jesús es una invitación a reformar los criterios. Sólo el perdón sin límites puede detener la rueda del odio. San Pablo lo dirá de otra manera: “No de dejes vencer por el mal, sino vence al mal con el bien” (Rm 12,21).
La parábola con la que ilustra su enseñanza viene a aclarar el fondo de la cuestión: si Dios actuara poniendo límites a su misericordia ¿quien podría salvarse? Ante él todos somos pecadores y todos necesitamos el perdón. La consecuencia lógica es que tratemos a los demás como nosotros somos tratados. Para explicar la doctrina, Jesús recurre a la exageración. La deuda contraída por el funcionario es impensable -diez mil talentos al precio de la plata hoy serían unos diez millones de dólares-, como impensable es saldarla. Sólo es posible perdonarla.
Alguno pensará que es utopía y que semejante postura ante la ofensa daría lugar a un mundo en el que abundaría el delito y dominarían los hombres sin escrúpulos. Pero ¿acaso el régimen de la venganza ha resuelto el problema de la maldad? ¿Acaso la justicia ha erradicado el delito o la venganza ha acabado con las ofensas?

Maite at: 06 septiembre, 2011 10:31 dijo...

Perdonar setenta veces siete quiere decir hacerlo siempre, todo y del todo. Pero somos de tal condición que nunca podremos hacerlo contando solo con nuestras fuerzas, ni haciendo de ello una cuestión de voluntad férrea o esfuerzo denodado. Tampoco servirá de mucho saber, y aun creer firmemente, que si hay algo que cura, sana y regenera por dentro es el perdón. Sobre todo perdonar a fondo perdido, es decir, a quien nos hace daño más o menos conscientemente y que jamás nos pedirá perdón ni nos otorgará el suyo, porque piensa que estamos en su camino para fastidiarnos, y que haciéndolo se presta un importante servicio a sí mismo y al resto de la humanidad.

Para poder perdonar setenta veces siete hace falta un corazón nuevo, llevado y traido por el Espíritu. Un corazón que haya experimentado el perdón de Dios cuando su deuda con Él ascendía a diez mil talentos. Hace falta comprender que comparada con esa la que tienen conmigo es de tan solo cien denarios.

La marca del cristiano es el amor al enemigo; la marca del amor es el perdón a quien nos ha ofendido. Solo así seremos hijos de nuestro Padre que quiere que cada cual perdone de corazón a su hermano.