4º Domingo Adviento - B

sábado, 10 de diciembre de 2011
18 Diciembre 2011

Lucas 1,26-38: Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo.

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Juan García Muñoz.

1 comentarios:

Maite at: 14 diciembre, 2011 11:12 dijo...

A lo largo de los siglos los mejores pintores de todos los tiempos han intentado recrear con sus pinceles la escena más importante de la historia de la humanidad. Y contemplamos como algunos, movidos por la piedad y la devoción, y por el gusto de la época, representan a María como una bellísima joven, suntuosamente vestida con lujosos ropajes, de rodillas en un magnífico reclinatorio, con la cabeza baja y las manos juntas. Y a su lado un joven hermosísimo con grandes alas blancas. Intentan plasmar así un momento solemne, una obra divina, en un marco incomparable de sublime belleza y majestad. La intención es buena, pero todo ello no tiene nada que ver con la simple realidad.

No sabemos como percibió María al ángel, lo cierto es que lo hizo de alguna manera. Y el mensajero divino se dirigió a una jovencita en un rincón olvidado, cuya hermosura, más que en el exterior, se hallaba en su interior. Una muchacha de pureza transparente, y clara y luminosa como límpido cristal. La mujer que había cautivado el corazón de un joven justo y bueno, sencillo carpintero, que soñaba con pasar toda la vida siendo su compañero. Lo que el buen hombre ignoraba es que también Dios había puesto en ella su mirada y para sí la reclamaba.

María se asombró. Luego escuchaba, abierta y disponible, y preguntaba lo que le resultaba incomprensible. Sabía que se esperaba de ella una respuesta, que se acababa allí la espera secular de todo un pueblo. Que ya llegaba el Esperado, y que el Altísimo, en su sabiduría inmensa, quería que su seno fuera ahora el tabernáculo y ella el arca de la nueva alianza. Pero pide su consentimiento. San Bernardo pinta la escena con palabras, e imagina en vilo a la creación entera, que aguarda tensa la respuesta de la joven. Y la apremia con preguntas insistentes, para empujar un sí que salga raudo de sus labios.

Pero yo creo que todo fue más rápido y sencillo. Que María vio, escuchó, preguntó, apenas ponderó y respondió. Sabía que ese sí daba un vuelco a su vida, a la de José, la de su pueblo... Pero era Dios quien lo pedía, y Él sabría... María estaba preparada, como lo están el cielo azul y el agua clara para dejar que resplandezca en ellos la alborada. Y dijo que ella era su esclava (para alivio de San Bernardo que ya sudaba tinta) Y aquel día la Palabra se hizo humana.