6ºDOM-PASCUA

lunes, 25 de abril de 2016
1 MAYO 2016

6ºDOM-PASCUA

2 comentarios:

Paco Echevarría at: 25 abril, 2016 16:33 dijo...

HABITAREMOS EN ÉL (Jn 14,23-29)

Dice el Génesis que el ser humano -en su doble condición de hombre y mujer- ha sido creado a imagen de Dios. Venía esto a desmentir el pensamiento egipcio según el cual esa dignidad sólo se le reconocía al faraón, mientras que el resto de los mortales sólo eran vistos como sombra del mismo. Sometidos a servidumbre por ser extranjeros, los hijos de Israel sufrieron y rechazaron esta visión de las cosas que pretendía justificar un sistema político-religioso a todas luces injusto. Por otra parte, había que sumir la fragilidad del ser humano, sujeto a grandes limitaciones, la principal de las cuales es la muerte. Puestos a buscar una metáfora capaz de expresar gráficamente este aspecto de la condición humana, no encontraron otra mejor que la usada por las mitologías orientales: la arcilla.

Decía la mitología mesopotámica que los seres humanos habían sido creados, para comodidad y descanso de los dioses, de esta manera: sacrificaron a un dios rebelde y mezclaron su sangre con arcilla. Israel aceptaba la condición mortal del hombre -la arcilla-, pero negaba que hubiera en él un componente divino -la sangre-. En su lugar pone el aliento divino para indicar así que la vida del hombre es un don de Dios. De esta manera, elabora un pensamiento que supera los planteamientos de las mitologías de su tiempo: todo hombre -viene a decir- es imagen de Dios, pero ningún hombre es divino, si bien la vida que posee es un don del cielo.

Viene todo esto a propósito de lo dicho por Jesús -“Haremos morada en él”-, ya que su pensamiento representa un importante avance con relación al Génesis, ya que, al ver la hombre como templo de la divinidad, va más allá de ver a Dios como modelo del hombre. Dios no es una realidad exterior y distante, sino que está profunda e íntimamente unido a su obra.

Las consecuencias de esto pueden verse en diversos órdenes: la dignidad humana encuentra en Dios su fundamento último; la religión pasa de tener el eje en algo exterior -el templo- a ser una vivencia interior -el corazón-; la vida humana es un valor indiscutible; todos los seres humanos son iguales...

El complemento de esta enseñanza viene expresado por las tres palabras que Jesús añade: amor, verdad y paz. No un amor cualquiera, sino el amor de Dios, que es fuente de amor auténtico porque él mismo es amor; no una verdad cualquiera, sino la verdad completa que sólo el Espíritu de Dios puede comunicar; no una paz cualquiera, sino la que permite una vida sin inquietudes ni miedos.

Tal vez alguno crea que el mensaje evangélico está fuera de lugar por anacrónico y poco realista. Sin embargo, sigue siendo la mejor garantía del respeto a la dignidad humana ya que, para Jesucristo, el hombre no es sólo la imagen de Dios, sino que -gracias a la fe- es además su hijo.

Francisco Echevarría

Maite at: 26 abril, 2016 21:14 dijo...

La Palabra de este domingo nos invita a la contemplación gozosa y agradecida del Dios-con-nosotros. Un Dios trino: Padre, Hijo y Espíritu Santo, que establece en nosotros su morada.

Y es el amor lo que atrae a Dios a hacer de cada uno de nosotros su templo. Solo el amor a Jesús nos hace capaces de guardar, de vivir su palabra, de ponerla por obra, de seguir sus pasos, de ser otros Cristos.

Es el amor al Hijo lo que atrae al Padre, y donde están los dos, está el amor entre ambos: el Espíritu Santo. Él tiene la misión de enseñar todo, de ir recordando, renovando, actualizando y revitalizando, de iluminar y encarnar en nosotros todo lo que Jesús nos ha dicho.

Por eso siempre que tomamos los evangelios en nuestras manos y oramos con ellos, o meditamos despacio, o contemplamos ahí a Jesús, el dulce huésped del alma, que solo espera encontrarnos abiertos, atentos, sedientos y dispuestos, despliega su fuerza y su luz y nos hace más y más capaces de Dios.

Recibimos entonces el don de su paz, ésa que no depende de lo bien o mal que marchan las cosas, de nuestra pericia para sortear los mil y un desafíos cotidianos de la vida; ésa que nace del amor y la vida de Dios en nosotros.